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viernes, 2 de septiembre de 2011

Tercer capítulo

                                                     3
                                            Kiwi, herido


La casa de Yumi se encontraba en un barrio tranquilo, a menos de diez minutos andando de Kadic. Un chalecito pequeño y elegante con un jardín tan cuidado como minúsculo que, según Ulrich, tenía un aspecto un pelín demasiado <<japo>>. Pero ahora el muchacho no tenía tiempo para pensar en las plantas.
Tocó el timbre de la entrada mientras trataba de esconder a Kiwi dentro de su chaqueta, y deseó con todas sus fuerzas que los padres de Yumi no es tuviesen en casa.
-Ah, eres tú –lo saludó expeditivamente su amiga.
-Menudo entusiasmo… -comentó, irónico, Ulrich-. En fin, yo también me alegro de verte. ¿Se puede? ¿Estás tus viejos?
-No, estamos solo Hiroki y yo –respondió ella al tiempo que le hacía entrar.
Ulrich se quitó las zapatillas antes de pisar el parqué que cubría el suelo de la casa. Los padres de Yumi llevaban ya muchos años viviendo en Francia, per conservaban las tradiciones de su tierra natal. Hasta los huéspedes tenían prohibido llevar zapatos dentro de casa. El muchacho agitó los dedos en los calcetines: tenía la esperanza de que no apestasen después de la carrera que se había pegado.
El interior de la casa también estaba amueblado al estilo oriental. Aperte de unas sillas y una mesa de altura estándar, había una mesita más baja con varios cojines a su alrededor sobre los que arrodillarse. Y en las alcobas no había camas, sino futones, esos delgados colchones japoneses, que se ponían directamente sobre los espartanos tatamis, esteras de paja trenzada.
En el salón, Hiroki, el hermanito de diez años de Yumi, estaba sentado en el suelo, sobre una montaña de cojines, absorbido por un videojuego. El televisor se hallaba a un volumen infernal, y al parecer, todo un ejército de monstruos lo estaba pasando bastante mal.
-¿Te importaría bajar eso, por favor? –le gritó Yumi para hacerse oír por encima de aquel caos antes de dirigirse a Ulrich-. Bueno, y ¿cómo es que te dejas caer por aquí?
-A Kiwi, aquél le pareció el mejor momento para declararle al mundo entero su presencia. Saltó afuera de la chaqueta del muchacho y fue a parar a los brazos de Hiroki, pero no sin antes haber ensuciado con sus patitas todo el hermoso parqué del salón de los Ishiyama.
Ulrich le echó un vistazo a su ropa: la camiseta y el forro de la chaqueta estaban arañados y empapados de barro.
-Oh, diablos…
-¿Qué está haciendo ése aquí?
Ulrich lanzó un suspiro.
-Cuando he salido del gimnasio, he visto a Jim arrastrando a Odd de una oreja mientras llevaba a Kiwi bajo el otro brazo. Ese listillo ha conseguido que lo pillen. Así que los he seguido. Jim ha dejado al perro en nuestro cuarto y luego se ha llevado a Odd al despacho del dire. He logrado sacar a Kiwi de ahí por el canto de un duro, y menos mal, porque si no a Odd lo habrían suspendido.
-No me has respondido –dijo Yumi mientras ponía los brazos en jarras-. ¿Qué estás haciendo aquí?
-¡No sabía dónde dejarlo! Tú eres la única de la pandilla que no tiene que quedarse en la residencia… Así que, como nosotros no podemos quedárnoslo, por lo menos durante un tiempo… me preguntaba si no podrías cuidar tú de Kiwi… ¡sólo un par de días, quiero decir! Hasta que las aguas vuelvan a su cauce.
-Tú te has vuelto majara, ¿verdad? –la voz de Yumi entró en su oído como un afilado témpano de hielo-. De eso si hablar. ¿Tú sabes la que me montarían mi padre y mi madre?
Ulrich sintió cómo el enfado le trepaba por la espalda hasta llegarle a la boca.
-Vaya, pues nunca me ha parecido que te importe mucho lo que opinasen tus padres, Y además, se trata sólo de echarle un capote a Odd.
-¡Mira quién habla de padres! ¡Venga, hombre! Y de todas formas, la respuesta sigue siendo no.
-¡Ey, ey, ey! Tranquis los dos –se entrometió el pequeño Hiroki-. De Kiwi me ocupo yo. ¡Es mi amigo!
El perro confirmó sus palabras dándole un lametón en la cara.
-Ya te he dicho que ni hablar –lo regañó Yumi.
Ulrich la ignoró, inclinándose hacia Hiroki.
-Muchísimas gracias, pequeño. Odd te estará eternamente agradecido –luego se dirigió de nuevo a ambos-. Vale, entonces ya está la cosa arreglada. Ahora lo siento, pero tengo que pirarme.
Se dio media vuelta de inmediato y salió pitando, dando saltitos por el sendero del jardín mientras se iba poniendo las zapatillas.
Sus padres. Yumi no debería haber sacado a relucir aquel asunto. Hacía un montón de tiempo que Ulrich no se llevaba bien con los suyos. Especialmente con su padre, un tipo chapado a la antigua, demasiado severo. Por supuesto, habría estado muy bien resolver las cosas, volver a los viejos tiempos, cuando la suya aún era una familia unida y no había una tensión constante en casa. Pero a esas alturas aquella posibilidad parecía un espejismo. Echó a correr hacia Kadic a toda velocidad, tratando de no pensar en eso. No tenía ganas de pensar en nada.

Una foto de Ulrich. Sonría y tenía los ojos entrecerrados por culpa del fuerte sol que le daba en la cara. La foto, pegada en la página de un diario, estaba enmarcada con dibujos de florecitas.
Yumi suspiró y se colocó mejor sobre la cama. Había cerrado la puerta con llave. No quería que Hiroki supiese que llevaba un diario. Ni que dibujaba florecillas en sus páginas. Se habría burlado de ella por los siglos de los siglos.
Pasó página. Había un esbozo de Ulrich tal y como aparecía en Lyoko, con su ropa de samurái: una cinta blanca sobre la frente, un elegante quimono de batalla y su catana, la larga espada de los guerreros japoneses, a un lado de la cintura. La primera vez que se había materializado en el mundo virtual, Yumi había descubiertos que ambos vestía ropa tradicional japonesa. De hecho, ella asumía el aspecto de una geisha, con su maquillaje de rigor y su quimono tradicional, sujeto por la espalda con una amplia faja obi.
Fue hasta el principio del diario, donde había unas pocas notas garabateadas. La descripción de su primer encuentro. Estaba en el gimnasio, en un entrenamiento de artes marciales, y he peleado contra un tal Ulrich. Se mueve bien, y con una agilidad increíble. Podría convertirse en un experto en pocos años. Al final lo he derrotado. Ha estado bien.
Yumi volvió a suspirar. ¿Por qué tenía que ser todo tan difícil? Avanzando en el diario empezaban los problemas. Y los problemas se llamaban William Dunbar.
William tenía la misma edad que Yumi, y se había enamorado de ella a primera vista, aunque ella… Ella, ¿qué?
La muchacha sacó de debajo de su almohada el reproductor de mp3 y se puso los cascos. Eligió una lista de reproducción con canciones lentas y se echó con los ojos cerrados y el diario sobre la tripa, dejando que las notas se llevasen con ellas, muy lejos, las preocupaciones. Imágenes de ella, de Ulrich, de William en bañador. Ulrich salvándole la vida durante una de sus incontables batallas en Lyoko. William con una expresión cruel en el rostro, aquella vez en que X.A.N.A. se había apoderado de su mente y el mucho había tratado de matarla…
¡PUMMM!
La muchacha se puso en pie de un salto, chillando del susto.
-Oye, ¿estás bien, Yumi? –se informó poco después la voz de Hiroki desde el otro lado de la puerta cerrada.
-S-si. No te preocupes, yo…
Miró al suelo. El lector de mp3 había explotado, fundiéndose en un pegote de plástico oscuro. Apestaba a quemado, y todavía estaba echando humo.
-Tú, ¿qué? –insistió su hermanito, golpeando con fuerza contra la madera de la puerta cerrada.
-Me he tropezado, Hiroki, nada más. Tranquilo –trató de calmarlo ella.
-¡Pero si he oído una explosión! ¡Era una explosión, esoty seguro!
-Que te digo que no. Todo va estupendamente. ¡Anda, vete!
Los auriculares le habían explotado en las orejas. El lector de mp3 estaba irreparablemente quemado. Casi parecía uno de los viejos ataques electrónicos de…
Yumi sacudió la cabeza. Qué va, imposible. Seguro que era una mera coincidencia.

Odd se miró al espejo, ensayando varias poses y expresiones. Después se echó un poco más de gomina en las palmas de las manos y se la extendió por el pelo, moldeándolo hasta esculpir su peinado de costumbre.
Siguió mirándose un rato más, con una expresión crítica en la cara. Se había puesto la camiseta de los Desperate, su grupo de rock favorito, y unos vaqueros que le sentaban como un guante.
-Rompecorazones –le dijo complacido a su reflejo mientras probaba su sonrisa más cautivadora. Ahora si que podía salir: tenía un aspecto irresistible.
El percance con Kiwi ya se le había ido de la cabeza. Ulrich lo había salvado justo a tiempo, y ahora tenía la tarde libre para cortejar a Eva Skinner. Aelita le había dicho que la muchacha iba a cenar con ellos en el comedor Kadic, por lo que ahora estaría seguramente en algún lugar de la escuela.
Odd asomó la cabeza fuera del baño y miró hacia ambos lados del pasillo. La residencia estaba desierta. Perfecto.
Se deslizó afuera con los oídos bien atentos, listos para captar cualquier sonido parecido a los pesados pasos de Jim. Salió por la puerta principal y atravesó el patio a todo correr.
En el parque no había profesores haciendo la ronda: hacía demasiado frío, y la nieve estaba toda helada. Muy probablemente, hasta Eva debía de haber preferido buscarse un sitio calentito. A lo mejor estaba en el comedor. Pobrecita, seguro que tenía ganas de charlar con alguien. ¡Tal vez con él! En resumen, que seguro que lo estaba esperando.
-¿A quién andas buscando?
A Odd aquellas palabras lo pillaron desprevenidos. Era Sissi, que también iba demasiado elegante como para estar dando un inocente paseo. Llevaba un top negro sin mangas anudado en la nuca y una minifalda bien ceñida. Tenía la piel azulada a causa del frío.
-Qué olor más raro… -comentó Odd, que olfateaba el aire a su alrededor-. Es como de hierbas…
-¡¿Olor?! ¡¿Hierbas?! ¡Es mi perfume, tonto del bote! Estoy buscando a Ulrich. Y tú, ¿a quién buscas?
-A Eva –respondió Odd sin darse tiempo a reflexionar-. Tengo que pedirle… -añadió después a toda prisa- unos apuntes… la clase de…
-Sí, sí, claro –sonrió, maliciosa, Sissi-. Me parece que alguien quiere hacerse amiguito de cierta yanqui guapa…
Pasos en el sendero. Una risotada de lo más desquiciada. ¿Jim Morales?
-Instintivamente, Odd agarró a Sissi de un brazo y la arrastró detrás de unos arbustos.
-¡Oye! ¿Qué haces? ¡Suéltame ya mismo! –siseó ella.
-¡Chitón! –la mandó callar el muchacho, poniéndole un dedo sobre los labios.
Estaban muy cerca, apretujados ahí detrás, rodeados de hojas cubiertas de escarcha. Sissi estaba sólo a un par de centímetros de él, y no pudo evitar ponerse colorada.
-¿Qué pretendes hacer, Odd? –susurró.
Los pasos se alejaron, y el muchacho pegó un brinco hacia atrás.
-¿Eeeeeeh? Pero ¿a ti qué se te ha pasado por la cabeza? ¡Yo no quiero nada de nada! ¡De-na-da!
Se sacudió la nieve de la ropa. Tenía que inventarse una excusa pausible. Estaba claro que se había escapado de la residencia.
-Alguien se estaba acercando, y no quería que nos viesen juntos –improvisó sobre la marcha.
-¿Qué te has creído? –añadió con una sonrisa-. ¡Yo tengo una reputación que mantener! Estaba claro que no podía dejarme ver contigo toda emperifollada en medio de la nieve. ¡Y con ese perfume tremendo, además!
Sin embargo, en su excusa perfecta debía de haber algún fallo, porque Sissi se había puesto todavía más roja… pero de rabia.
-¡Odd Della Robbia, te juro que me las pagarás! –gritó la muchacha mientras se alejaba corriendo.
Odd se arrepintió. Sissi era un ratita presumida y tonta, pero a lo mejor esta vez a él se le había ido un poco la mano.

Más tarde, el muchacho volvió a su cuarto y se echó sobre la cama, en silencio. Ulrich estaba al otro lado de la habitación, igualmente echado, con los ojos abiertos y los pies levantados y apoyados contra la pared.
Odd había deambulado por la escuela sin encontrar rastro de Eva, y había estado a punto de correr el peligro de toparse con el director en persona, Definitivamente, era un mal día. Había vuelto a la residencia con el rabo entre las piernas.
-Ah –masculló-, gracias por lo de hoy. Lo de Kiwi, quiero decir.
-Nada –respondió Ulrich con un gruñido.
-Un día duro, ¿eh? –Odd le echó un vistazo de reojo a su amigo.
-Mmm.
-¡Ya, yo ando igual! ¿Te apetece hablarlo?
-Pues no.
Odd se quedó en silencio. Él tampoco tenía ganas de hablar. Aunque ver a su amigo tan alicaído no le gustaba ni un pelo. Ulrich era un cabezota, pero él lo quería. Verlo así de triste le hacía sentirse muy incómodo. De repente cogió del suelo una de sus pantuflas y lanzó contra la cabeza de su compañero.
-¡Ey! Pero, ¿qué haces? ¿Te has vuelto majara?
-¡Uatááá!
Haciendo gala de una agilidad felina, Odd saltó desde su cama hasta la de su amigo blandiendo la almohada por encima de su cabeza. Pero Ulrich fue más rápido, y lo detuvo en pleno vuelo de un almohadazo. Después le tiró un zapato y se echaron a reír.

¡Guau, guau, guau!
Kiwi estaba completando la duodécima vuelta del Gran Premio de la Habitación de Hiroki, y seguía sacándoles cada vez más ventaja a sus perseguidores, es decir, a Hiroki. Se tumbaba en el tatami y brincaba sobre el escritorio, se deslizaba por debajo del armario, pasaba haciendo una rasante junto a la puerta, y vuelta a empezar. Y todo eso sin dejar un segundo de ladrar, completamente desencadenado.
-¡Kiwii! ¡Estate quieto! –le gritó el niño.
-¡Hiroki! –chilló de repente Yumi-. ¿Quieres dejar de armar tanto jaleo?
La muchacha abrió de golpe la puerta de la habitación, y Kiwi decidió que la carrera había terminado y era el momento de subir al podio. Así que se escabulló por entre las piernas de Yumi sin bajar de revoluciones y desapareció de su vista.
-¡Oh. No!
El chiquillo se lanzó en pos del perro, pero en medio de la confusión del momento, uno de sus hombros chocó con las rodillas de Yumi, de modo que ambos acabaron por los suelos.
-¡Ay! ¡Hiroki!
-¡Kiwi se está escapando! –exclamó él.
-Pero ¿adónde quieres que vaya? –bufó su hermana, algo molesta.
La respuesta era bien simple: a la ventana de la cocina.
Los muchachos habían terminado de comer no hacía mucho. Ellos dos solos, porque sus padres estaban en casa de unos amigos, Yumi había dejado la ventana abierta para airear un poco. Demostrando unas dotes atléticas insospechables en un cuzco como él, Kiwi saltó sobre el mostrador de la cocina, pasó haciendo un eslalon entre los fogones que Yumi acababa de limpiar y despareció al otro lado del alféizar, engullido por la oscuridad de la noche.
-¡Oh, no! ¡Tenemos que encontrarlo! –exclamó Hiroki, alarmadísimo.
-Ve tú a buscarlo –le espetó la muchacha, irritada, mientras se encogía de hombros-. Fuiste tú el que aceptó encargarse de Kiwi. Yo me quedo aquí.
Kiroki la miró durante un par de instantes, con sus ojos rasgados contraídos formando dos delgadas ranuras.
-Venga, Yumi, ¡no seas así!
-Ni hablar. Y trata de darte prisa. A saber adónde habrá ido a parar Kiwi ya.
Hiroki salió a la calle escopeteando, y se estremeció cuando el aire helado de la noche lo recibió con una bofetada de frío. Las farolas iluminaban una calzada desierta flanqueada por casa bajas pegadas unas a otras, jardines que crecían hombro con hombro con otros jardines y coches aparcados uno detrás de otro junto a las estrechas aceras. Ya era bastante tarde, y las luces de las casas estaban casi todas apagadas.
¡Guau, guau!
Kiwi andaba por allí, al fondo de la calle, a mano izquierda, por algún lado.
Aquella ciudad era un lugar bastante tranquilo y luminoso. De día. A Hiroki le gustaba mucho más que Kioto, la ciudad japonesa en la que él había nacido. Pero hasta aquel momento nuca le había pasado eso de ir dando vueltas por sus calles de noche, con la oscuridad y el frío, y completamente solo. Las calles por las que pasaba todos los días con Yumi para ir al colegio tenían ahora un aspecto distinto, con las sombras alargándose sobre el asfalto como largos dedos tenebrosos.
A fuerza de perseguir a Kiwi, el chiquillo llegó a los alrededores del colegio. Al fondo, a la derecha, se veía la verja de entrada de La Ermita. La calle estaba invadida por el silencio más total, aparte del viento y el tintineo de algunas latas vacías que rodaban empujadas por él.
<<Lo he perdió –pensó Hiroki, consternado-. He perdido a Kiwi>>.
De pronto, un hombre salió de la calle que bordeaba uno de los lados de La Ermita. Llevaba una cazadora de cuero y estaba de espaldas a él. Bajo la mortecina luz de las farolas, Hiroki logró vislumbrar tan sólo algunos rasgos de su cara. Trató de no hacerse notar: había algo en aquel hombre que lo inquietaba y le daba escalofríos.
En aquel mismo instante, Kiwi empezó a ladrar desde el jardín del chalé, y muy pronto a sus aullidos se les sumaron diversos gruñidos y ladridos. Otros perros. Parecían enfadados y nerviosos.
Sin parase a pensarlo, Hiroki escaló la verja de la Ermita y se dejó caer al otro lado. Era pequeño y flaco, pero tan ágil como su hermana. En cuanto hubo aterrizado, miró a su alrededor con miedo. Ahora Kiwi ya no ladraba, mientras que los otros perros seguían gruñendo.
El chiquillo se precipitó en aquella dirección, tan preocupado que no se dio cuenta de que en realidad no había ninguna calle que bordease uno de los lados de La Ermita. Y entonces, ¿de dónde había salido aquel hombre? De todas formas, no era un pensamiento demasiado importante: el tipo ese ya se había alejado. Y ahora él tenía otras cosas en las que pensar.
El jardín del chalé estaba desierto, e Hiroki avanzó a ciegas en la oscuridad durante un rato, en busca de Kiwi. Ahora se habían terminado los ladridos, y un silencio inquietante cubría el lugar como un manto. Caminó sobre la capa de nieve helada, arriesgándose a resbalar, y se fue acercando al garaje, una casucha baja anexionada al chalé. Y por fin lo oyó. Más que una respiración parecía un puñado de jadeos provenientes de una criatura que no conseguía meter ni una pizca de aire en sus pulmones. Y salían de un ovillo de carne temblorosa que yacía en el suelo, boca arriba.
Era Kiwi. Y estaba herido.

Grigory Nictapolus recorrió apresuradamente la distancia que lo separaba de su camioneta, subió a bordo y cerró la puerta con tanta fuerza que a punto estuvo de romperla.
Había reconocido al niño: Hiroki Ishiyama. Y había faltado poco para que aquel mocoso le viese la cara.
El entrenamiento y la infinita cautela de Grigory lo habían salvado, pero sólo en el último momento. No había estado lo bastante alerta. Y sin embargo, ya sabía que aquellos chiquillos eran endemoniadamente listos. Tenía que ir con más cuidado.
El Mago le pagaba para prever lo imprevisible. 

4 comentarios:

  1. Hola Soul-Kun. Los capítulos no los consigo de ninguna parte, los copio yo misma de los libros de Código lyoko.
    Un saludo

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  2. gracias
    entonces para leer los libros tengo q esperar a q los copies
    gracias por copiarlos

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  3. Si, pero ahora voy a copiar más capítulos más deprisa. Denada

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