Kiwi, herido
La casa de
Yumi se encontraba en un barrio tranquilo, a menos de diez minutos andando de
Kadic. Un chalecito pequeño y elegante con un jardín tan cuidado como minúsculo
que, según Ulrich, tenía un aspecto un pelín demasiado <<japo>>.
Pero ahora el muchacho no tenía tiempo para pensar en las plantas.
Tocó el
timbre de la entrada mientras trataba de esconder a Kiwi dentro de su chaqueta,
y deseó con todas sus fuerzas que los padres de Yumi no es tuviesen en casa.
-Ah, eres tú
–lo saludó expeditivamente su amiga.
-Menudo
entusiasmo… -comentó, irónico, Ulrich-. En fin, yo también me alegro de verte.
¿Se puede? ¿Estás tus viejos?
-No, estamos
solo Hiroki y yo –respondió ella al tiempo que le hacía entrar.
Ulrich se
quitó las zapatillas antes de pisar el parqué que cubría el suelo de la casa.
Los padres de Yumi llevaban ya muchos años viviendo en Francia, per conservaban
las tradiciones de su tierra natal. Hasta los huéspedes tenían prohibido llevar
zapatos dentro de casa. El muchacho agitó los dedos en los calcetines: tenía la
esperanza de que no apestasen después de la carrera que se había pegado.
El interior
de la casa también estaba amueblado al estilo oriental. Aperte de unas sillas y
una mesa de altura estándar, había una mesita más baja con varios cojines a su
alrededor sobre los que arrodillarse. Y en las alcobas no había camas, sino
futones, esos delgados colchones japoneses, que se ponían directamente sobre
los espartanos tatamis, esteras de paja trenzada.
En el salón,
Hiroki, el hermanito de diez años de Yumi, estaba sentado en el suelo, sobre
una montaña de cojines, absorbido por un videojuego. El televisor se hallaba a
un volumen infernal, y al parecer, todo un ejército de monstruos lo estaba
pasando bastante mal.
-¿Te
importaría bajar eso, por favor? –le gritó Yumi para hacerse oír por encima de
aquel caos antes de dirigirse a Ulrich-. Bueno, y ¿cómo es que te dejas caer
por aquí?
-A Kiwi,
aquél le pareció el mejor momento para declararle al mundo entero su presencia.
Saltó afuera de la chaqueta del muchacho y fue a parar a los brazos de Hiroki,
pero no sin antes haber ensuciado con sus patitas todo el hermoso parqué del
salón de los Ishiyama.
Ulrich le
echó un vistazo a su ropa: la camiseta y el forro de la chaqueta estaban
arañados y empapados de barro.
-Oh,
diablos…
-¿Qué está
haciendo ése aquí?
Ulrich lanzó
un suspiro.
-Cuando he
salido del gimnasio, he visto a Jim arrastrando a Odd de una oreja mientras
llevaba a Kiwi bajo el otro brazo. Ese listillo ha conseguido que lo pillen.
Así que los he seguido. Jim ha dejado al perro en nuestro cuarto y luego se ha
llevado a Odd al despacho del dire. He logrado sacar a Kiwi de ahí por el canto
de un duro, y menos mal, porque si no a Odd lo habrían suspendido.
-No me has
respondido –dijo Yumi mientras ponía los brazos en jarras-. ¿Qué estás haciendo
aquí?
-¡No sabía
dónde dejarlo! Tú eres la única de la pandilla que no tiene que quedarse en la
residencia… Así que, como nosotros no podemos quedárnoslo, por lo menos durante
un tiempo… me preguntaba si no podrías cuidar tú de Kiwi… ¡sólo un par de días,
quiero decir! Hasta que las aguas vuelvan a su cauce.
-Tú te has
vuelto majara, ¿verdad? –la voz de Yumi entró en su oído como un afilado
témpano de hielo-. De eso si hablar. ¿Tú sabes la que me montarían mi padre y
mi madre?
Ulrich
sintió cómo el enfado le trepaba por la espalda hasta llegarle a la boca.
-Vaya, pues
nunca me ha parecido que te importe mucho lo que opinasen tus padres, Y además,
se trata sólo de echarle un capote a Odd.
-¡Mira quién
habla de padres! ¡Venga, hombre! Y de todas formas, la respuesta sigue siendo
no.
-¡Ey, ey,
ey! Tranquis los dos –se entrometió el pequeño Hiroki-. De Kiwi me ocupo yo.
¡Es mi amigo!
El perro
confirmó sus palabras dándole un lametón en la cara.
-Ya te he
dicho que ni hablar –lo regañó Yumi.
Ulrich la
ignoró, inclinándose hacia Hiroki.
-Muchísimas
gracias, pequeño. Odd te estará eternamente agradecido –luego se dirigió de
nuevo a ambos-. Vale, entonces ya está la cosa arreglada. Ahora lo siento, pero
tengo que pirarme.
Se dio media
vuelta de inmediato y salió pitando, dando saltitos por el sendero del jardín
mientras se iba poniendo las zapatillas.
Sus padres.
Yumi no debería haber sacado a relucir aquel asunto. Hacía un montón de tiempo
que Ulrich no se llevaba bien con los suyos. Especialmente con su padre, un
tipo chapado a la antigua, demasiado severo. Por supuesto, habría estado muy
bien resolver las cosas, volver a los viejos tiempos, cuando la suya aún era
una familia unida y no había una tensión constante en casa. Pero a esas alturas
aquella posibilidad parecía un espejismo. Echó a correr hacia Kadic a toda
velocidad, tratando de no pensar en eso. No tenía ganas de pensar en nada.
Una foto de
Ulrich. Sonría y tenía los ojos entrecerrados por culpa del fuerte sol que le
daba en la cara. La foto, pegada en la página de un diario, estaba enmarcada
con dibujos de florecitas.
Yumi suspiró
y se colocó mejor sobre la cama. Había cerrado la puerta con llave. No quería
que Hiroki supiese que llevaba un diario. Ni que dibujaba florecillas en sus
páginas. Se habría burlado de ella por los siglos de los siglos.
Pasó página.
Había un esbozo de Ulrich tal y como aparecía en Lyoko, con su ropa de samurái:
una cinta blanca sobre la frente, un elegante quimono de batalla y su catana,
la larga espada de los guerreros japoneses, a un lado de la cintura. La primera
vez que se había materializado en el mundo virtual, Yumi había descubiertos que
ambos vestía ropa tradicional japonesa. De hecho, ella asumía el aspecto de una
geisha, con su maquillaje de rigor y su quimono tradicional, sujeto por la
espalda con una amplia faja obi.
Fue hasta el
principio del diario, donde había unas pocas notas garabateadas. La descripción
de su primer encuentro. Estaba en el gimnasio, en un entrenamiento de artes
marciales, y he peleado contra un tal Ulrich. Se mueve bien, y con una agilidad
increíble. Podría convertirse en un experto en pocos años. Al final lo he
derrotado. Ha estado bien.
Yumi volvió
a suspirar. ¿Por qué tenía que ser todo tan difícil? Avanzando en el diario
empezaban los problemas. Y los problemas se llamaban William Dunbar.
William tenía
la misma edad que Yumi, y se había enamorado de ella a primera vista, aunque
ella… Ella, ¿qué?
La muchacha
sacó de debajo de su almohada el reproductor de mp3 y se puso los cascos.
Eligió una lista de reproducción con canciones lentas y se echó con los ojos
cerrados y el diario sobre la tripa, dejando que las notas se llevasen con
ellas, muy lejos, las preocupaciones. Imágenes de ella, de Ulrich, de William
en bañador. Ulrich salvándole la vida durante una de sus incontables batallas
en Lyoko. William con una expresión cruel en el rostro, aquella vez en que
X.A.N.A. se había apoderado de su mente y el mucho había tratado de matarla…
¡PUMMM!
La muchacha
se puso en pie de un salto, chillando del susto.
-Oye, ¿estás
bien, Yumi? –se informó poco después la voz de Hiroki desde el otro lado de la
puerta cerrada.
-S-si. No te
preocupes, yo…
Miró al
suelo. El lector de mp3 había explotado, fundiéndose en un pegote de plástico
oscuro. Apestaba a quemado, y todavía estaba echando humo.
-Tú, ¿qué? –insistió
su hermanito, golpeando con fuerza contra la madera de la puerta cerrada.
-Me he
tropezado, Hiroki, nada más. Tranquilo –trató de calmarlo ella.
-¡Pero si he
oído una explosión! ¡Era una explosión, esoty seguro!
-Que te digo
que no. Todo va estupendamente. ¡Anda, vete!
Los
auriculares le habían explotado en las orejas. El lector de mp3 estaba
irreparablemente quemado. Casi parecía uno de los viejos ataques electrónicos
de…
Yumi sacudió
la cabeza. Qué va, imposible. Seguro que era una mera coincidencia.
Odd se miró
al espejo, ensayando varias poses y expresiones. Después se echó un poco más de
gomina en las palmas de las manos y se la extendió por el pelo, moldeándolo hasta
esculpir su peinado de costumbre.
Siguió
mirándose un rato más, con una expresión crítica en la cara. Se había puesto la
camiseta de los Desperate, su grupo de rock favorito, y unos vaqueros que le
sentaban como un guante.
-Rompecorazones
–le dijo complacido a su reflejo mientras probaba su sonrisa más cautivadora.
Ahora si que podía salir: tenía un aspecto irresistible.
El percance
con Kiwi ya se le había ido de la cabeza. Ulrich lo había salvado justo a
tiempo, y ahora tenía la tarde libre para cortejar a Eva Skinner. Aelita le
había dicho que la muchacha iba a cenar con ellos en el comedor Kadic, por lo
que ahora estaría seguramente en algún lugar de la escuela.
Odd asomó la
cabeza fuera del baño y miró hacia ambos lados del pasillo. La residencia
estaba desierta. Perfecto.
Se deslizó
afuera con los oídos bien atentos, listos para captar cualquier sonido parecido
a los pesados pasos de Jim. Salió por la puerta principal y atravesó el patio a
todo correr.
En el parque
no había profesores haciendo la ronda: hacía demasiado frío, y la nieve estaba
toda helada. Muy probablemente, hasta Eva debía de haber preferido buscarse un
sitio calentito. A lo mejor estaba en el comedor. Pobrecita, seguro que tenía
ganas de charlar con alguien. ¡Tal vez con él! En resumen, que seguro que lo
estaba esperando.
-¿A quién
andas buscando?
A Odd
aquellas palabras lo pillaron desprevenidos. Era Sissi, que también iba
demasiado elegante como para estar dando un inocente paseo. Llevaba un top
negro sin mangas anudado en la nuca y una minifalda bien ceñida. Tenía la piel
azulada a causa del frío.
-Qué olor
más raro… -comentó Odd, que olfateaba el aire a su alrededor-. Es como de
hierbas…
-¡¿Olor?!
¡¿Hierbas?! ¡Es mi perfume, tonto del bote! Estoy buscando a Ulrich. Y tú, ¿a
quién buscas?
-A Eva –respondió
Odd sin darse tiempo a reflexionar-. Tengo que pedirle… -añadió después a toda
prisa- unos apuntes… la clase de…
-Sí, sí,
claro –sonrió, maliciosa, Sissi-. Me parece que alguien quiere hacerse amiguito
de cierta yanqui guapa…
Pasos en el
sendero. Una risotada de lo más desquiciada. ¿Jim Morales?
-Instintivamente,
Odd agarró a Sissi de un brazo y la arrastró detrás de unos arbustos.
-¡Oye! ¿Qué
haces? ¡Suéltame ya mismo! –siseó ella.
-¡Chitón! –la
mandó callar el muchacho, poniéndole un dedo sobre los labios.
Estaban muy
cerca, apretujados ahí detrás, rodeados de hojas cubiertas de escarcha. Sissi
estaba sólo a un par de centímetros de él, y no pudo evitar ponerse colorada.
-¿Qué
pretendes hacer, Odd? –susurró.
Los pasos se
alejaron, y el muchacho pegó un brinco hacia atrás.
-¿Eeeeeeh?
Pero ¿a ti qué se te ha pasado por la cabeza? ¡Yo no quiero nada de nada! ¡De-na-da!
Se sacudió
la nieve de la ropa. Tenía que inventarse una excusa pausible. Estaba claro que
se había escapado de la residencia.
-Alguien se
estaba acercando, y no quería que nos viesen juntos –improvisó sobre la marcha.
-¿Qué te has
creído? –añadió con una sonrisa-. ¡Yo tengo una reputación que mantener! Estaba
claro que no podía dejarme ver contigo toda emperifollada en medio de la nieve.
¡Y con ese perfume tremendo, además!
Sin embargo,
en su excusa perfecta debía de haber algún fallo, porque Sissi se había puesto
todavía más roja… pero de rabia.
-¡Odd Della
Robbia, te juro que me las pagarás! –gritó la muchacha mientras se alejaba
corriendo.
Odd se
arrepintió. Sissi era un ratita presumida y tonta, pero a lo mejor esta vez a
él se le había ido un poco la mano.
Más tarde,
el muchacho volvió a su cuarto y se echó sobre la cama, en silencio. Ulrich estaba
al otro lado de la habitación, igualmente echado, con los ojos abiertos y los
pies levantados y apoyados contra la pared.
Odd había
deambulado por la escuela sin encontrar rastro de Eva, y había estado a punto
de correr el peligro de toparse con el director en persona, Definitivamente,
era un mal día. Había vuelto a la residencia con el rabo entre las piernas.
-Ah –masculló-,
gracias por lo de hoy. Lo de Kiwi, quiero decir.
-Nada –respondió
Ulrich con un gruñido.
-Un día
duro, ¿eh? –Odd le echó un vistazo de reojo a su amigo.
-Mmm.
-¡Ya, yo ando
igual! ¿Te apetece hablarlo?
-Pues no.
Odd se quedó
en silencio. Él tampoco tenía ganas de hablar. Aunque ver a su amigo tan
alicaído no le gustaba ni un pelo. Ulrich era un cabezota, pero él lo quería.
Verlo así de triste le hacía sentirse muy incómodo. De repente cogió del suelo
una de sus pantuflas y lanzó contra la cabeza de su compañero.
-¡Ey! Pero,
¿qué haces? ¿Te has vuelto majara?
-¡Uatááá!
Haciendo
gala de una agilidad felina, Odd saltó desde su cama hasta la de su amigo
blandiendo la almohada por encima de su cabeza. Pero Ulrich fue más rápido, y
lo detuvo en pleno vuelo de un almohadazo. Después le tiró un zapato y se
echaron a reír.
¡Guau, guau,
guau!
Kiwi estaba
completando la duodécima vuelta del Gran Premio de la Habitación de Hiroki, y
seguía sacándoles cada vez más ventaja a sus perseguidores, es decir, a Hiroki.
Se tumbaba en el tatami y brincaba sobre el escritorio, se deslizaba por debajo
del armario, pasaba haciendo una rasante junto a la puerta, y vuelta a empezar.
Y todo eso sin dejar un segundo de ladrar, completamente desencadenado.
-¡Kiwii!
¡Estate quieto! –le gritó el niño.
-¡Hiroki! –chilló
de repente Yumi-. ¿Quieres dejar de armar tanto jaleo?
La muchacha
abrió de golpe la puerta de la habitación, y Kiwi decidió que la carrera había
terminado y era el momento de subir al podio. Así que se escabulló por entre
las piernas de Yumi sin bajar de revoluciones y desapareció de su vista.
-¡Oh. No!
El chiquillo
se lanzó en pos del perro, pero en medio de la confusión del momento, uno de
sus hombros chocó con las rodillas de Yumi, de modo que ambos acabaron por los
suelos.
-¡Ay!
¡Hiroki!
-¡Kiwi se
está escapando! –exclamó él.
-Pero
¿adónde quieres que vaya? –bufó su hermana, algo molesta.
La respuesta
era bien simple: a la ventana de la cocina.
Los
muchachos habían terminado de comer no hacía mucho. Ellos dos solos, porque sus
padres estaban en casa de unos amigos, Yumi había dejado la ventana abierta
para airear un poco. Demostrando unas dotes atléticas insospechables en un cuzco
como él, Kiwi saltó sobre el mostrador de la cocina, pasó haciendo un eslalon
entre los fogones que Yumi acababa de limpiar y despareció al otro lado del
alféizar, engullido por la oscuridad de la noche.
-¡Oh, no!
¡Tenemos que encontrarlo! –exclamó Hiroki, alarmadísimo.
-Ve tú a
buscarlo –le espetó la muchacha, irritada, mientras se encogía de hombros-. Fuiste
tú el que aceptó encargarse de Kiwi. Yo me quedo aquí.
Kiroki la
miró durante un par de instantes, con sus ojos rasgados contraídos formando dos
delgadas ranuras.
-Venga,
Yumi, ¡no seas así!
-Ni hablar.
Y trata de darte prisa. A saber adónde habrá ido a parar Kiwi ya.
Hiroki salió
a la calle escopeteando, y se estremeció cuando el aire helado de la noche lo
recibió con una bofetada de frío. Las farolas iluminaban una calzada desierta
flanqueada por casa bajas pegadas unas a otras, jardines que crecían hombro con
hombro con otros jardines y coches aparcados uno detrás de otro junto a las
estrechas aceras. Ya era bastante tarde, y las luces de las casas estaban casi
todas apagadas.
¡Guau, guau!
Kiwi andaba
por allí, al fondo de la calle, a mano izquierda, por algún lado.
Aquella
ciudad era un lugar bastante tranquilo y luminoso. De día. A Hiroki le gustaba
mucho más que Kioto, la ciudad japonesa en la que él había nacido. Pero hasta aquel
momento nuca le había pasado eso de ir dando vueltas por sus calles de noche,
con la oscuridad y el frío, y completamente solo. Las calles por las que pasaba
todos los días con Yumi para ir al colegio tenían ahora un aspecto distinto,
con las sombras alargándose sobre el asfalto como largos dedos tenebrosos.
A fuerza de
perseguir a Kiwi, el chiquillo llegó a los alrededores del colegio. Al fondo, a
la derecha, se veía la verja de entrada de La Ermita. La calle estaba invadida
por el silencio más total, aparte del viento y el tintineo de algunas latas
vacías que rodaban empujadas por él.
<<Lo he
perdió –pensó Hiroki, consternado-. He perdido a Kiwi>>.
De pronto,
un hombre salió de la calle que bordeaba uno de los lados de La Ermita. Llevaba
una cazadora de cuero y estaba de espaldas a él. Bajo la mortecina luz de las farolas,
Hiroki logró vislumbrar tan sólo algunos rasgos de su cara. Trató de no hacerse
notar: había algo en aquel hombre que lo inquietaba y le daba escalofríos.
En aquel
mismo instante, Kiwi empezó a ladrar desde el jardín del chalé, y muy pronto a
sus aullidos se les sumaron diversos gruñidos y ladridos. Otros perros.
Parecían enfadados y nerviosos.
Sin parase a
pensarlo, Hiroki escaló la verja de la Ermita y se dejó caer al otro lado. Era
pequeño y flaco, pero tan ágil como su hermana. En cuanto hubo aterrizado, miró
a su alrededor con miedo. Ahora Kiwi ya no ladraba, mientras que los otros
perros seguían gruñendo.
El chiquillo
se precipitó en aquella dirección, tan preocupado que no se dio cuenta de que
en realidad no había ninguna calle que bordease uno de los lados de La Ermita.
Y entonces, ¿de dónde había salido aquel hombre? De todas formas, no era un
pensamiento demasiado importante: el tipo ese ya se había alejado. Y ahora él
tenía otras cosas en las que pensar.
El jardín
del chalé estaba desierto, e Hiroki avanzó a ciegas en la oscuridad durante un
rato, en busca de Kiwi. Ahora se habían terminado los ladridos, y un silencio
inquietante cubría el lugar como un manto. Caminó sobre la capa de nieve
helada, arriesgándose a resbalar, y se fue acercando al garaje, una casucha
baja anexionada al chalé. Y por fin lo oyó. Más que una respiración parecía un
puñado de jadeos provenientes de una criatura que no conseguía meter ni una
pizca de aire en sus pulmones. Y salían de un ovillo de carne temblorosa que
yacía en el suelo, boca arriba.
Era Kiwi. Y
estaba herido.
Grigory
Nictapolus recorrió apresuradamente la distancia que lo separaba de su
camioneta, subió a bordo y cerró la puerta con tanta fuerza que a punto estuvo
de romperla.
Había
reconocido al niño: Hiroki Ishiyama. Y había faltado poco para que aquel mocoso
le viese la cara.
El entrenamiento
y la infinita cautela de Grigory lo habían salvado, pero sólo en el último
momento. No había estado lo bastante alerta. Y sin embargo, ya sabía que
aquellos chiquillos eran endemoniadamente listos. Tenía que ir con más cuidado.
El Mago le pagaba
para prever lo imprevisible.
gracias donde lo consegiste
ResponderEliminar=???
Hola Soul-Kun. Los capítulos no los consigo de ninguna parte, los copio yo misma de los libros de Código lyoko.
ResponderEliminarUn saludo
gracias
ResponderEliminarentonces para leer los libros tengo q esperar a q los copies
gracias por copiarlos
Si, pero ahora voy a copiar más capítulos más deprisa. Denada
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